Wiki José Salazar Cárdenas
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Desde los tiempos de la colonización española, se tienen noticias de la existencia de salinas en el litoral de Tecomán.

Siendo muy abundantes las marismas en nuestras costas, fueron terrenos propicios para esta industria, durante cientos de años, llegando a ser la producción de sal, en determinadas épocas, un aspecto importante de la economía regional, ya que era una de las pocas actividades que la sostenían, para finalmente desaparecer en la década de los años cuarentas.

La desaparición de las salinas tuvo lugar debido a que al iniciar el riego agrícola de los terrenos situados en las cercanías de las salitreras, los esquilmos iban a descargar a los esteros imposibilitando el proceso de producción de sal. Todavía en 1945 se trabajaron las salinas con buen rendimiento. En 1946 ya fueron incosteables y en 1947 se dejaron de trabajar en forma definitiva.

Las salinas existentes en la antigüedad en el municipio de Tecomán, eran de norte a sur las siguientes: Pascuales, San Juan de Dios, El Real de San Pantaleón, Guazango, Tecuanillo, El Tecúan, El Guayabal, Lo de Vega, La Manzanilla, El Chococo y El Caimán.

Las primeras salinas en desaparecer fueron las de El Chococo y El Caimán, cercanas a Boca de Apiza, que en 1930 ya no se trabajaban.

En épocas pasadas no se consideraban las salinas como federales, sino que se tenían como particulares y podían estar sujetas como tales, a transacciones comerciales.

Fueron propietarios antiguos de salinas a principios del presente siglo:

El Chococo y El Caimán: Don Luis Brizuela.

Lo de Vega: Don Juan Amézcua.

El Guayabal: Francisco Salazar Dueñas y después Librado Guzmán.

El Tecuán: Sucesivamente : Juan Amézcua, Celso García y Antonio Torres de Ixtlahuacán.

Tecuanillo y Guazango: Inocencio García Solís, Francisco Salazar D., Rodolfo Gamiochipi y Pedro Gutiérrez.

El Real de San Pantaleón: Vidal Llerenas y después Miguel Franco, Pedro Gutiérrez, Luis y Rafael Venegas.

Pascuales: José Llerenas y después Alberto Larios, Ignacio Parra y los Cooperativistas.

Muchos de los pozos de estas salinas fueron propiedad de la comunidad indígena y de otros particulares, pero los terratenientes se fueron adueñando de la mayor parte de ellos.

Las salinas más grandes, por el número de pozos fueron El Real, El Tecuán, Tecuanillo y Pascuales.

Los pozos de Pascuales se encontraban en los terrenos situados frente a donde hoy está el tanque elevado del sistema de agua potable.

Las salinas de San Juan de Dios estaban en los esteros que se encuentran frente a los restaurantes de José Antonio Escalera y de Silvestre Mendoza Villanueva, “Cheve”. Los pozos de las salinas de El Real de San Pantaleón, estaban unos 500 metros hacia el sur de San Juan de Dios, en donde ahora se encuentra el estero que se utiliza como balneario, y en ellas había una noria cuadrada muy grande que daba agua de muy buen sabor.

En las salinas de Guazango existían en una loma, una casa grande de teja de cuatro corredores, una noria y una troje de sal que fueron propiedad de Don Pedro Gutiérrez.

En el médano, frente a las salinas de Pascuales, permaneció una casa de teja de cuatro corredores, propiedad de los diferentes dueños que tuvieron las salinas, que estuvo en pie desde los primeros años de este siglo hasta 1964, en que fue demolida al construirse la carretera El Real- Pascuales, ya que el trazo carretero pasó precisamente por el terreno en que ella se encontraba. A esta casa nunca le hizo ningún daño grave el mar, por lo que puede considerarse la parte más alta de esas playas el lugar en que estuvo situada esa construcción. No llegó a estar habitada en forma permanente, sólo era utilizada como lugar de recreo por los sucesivos propietarios de las salinas y cuando éstas se dejaron de explotar, quedó en propiedad del Sr. Jesús Gómez Silva, dueño de las huertas de palma cercanas.

El sitio exacto en que estuvo situada esta finca, es lo que hoy corresponde al lote del fraccionamiento El Real- Pascuales ubicado frente al poste de la línea de conducción eléctrica marcado con el número 84. Hasta hace varios años existía en ese lote aún visible, el brocal de la noria ademada de ladrillo, ya aterrada en esa época, que perteneció a esa casa, pero en reciente viaje que hice, me pude dar cuenta que el brocal fue cubierto con piedras y cemento, desapareciendo por completo todo vestigio de aquella recordada casa que formó parte del paisaje de esas salinas durante tantos años.

La salida del camino para El Real y Tecuanillo era en la antigüedad por lo que es hoy la calle 18 de Julio.

La salida para el camino de El Tecuán y El Guayabal, era lo que actualmente es la calle Obregón.

Don Juan López, cuyas propiedades se extendían desde la orilla oriente de la población hasta lo que es hoy el ejido Chanchopa, incluyendo la Laguna de Alcuzahue, poseía en esta hacienda, hornos de cal en el Cerro Bola o Tepeolole de los cuales obtenía un producto moreno que tenía magnífica aceptación por su calidad, ya que era fama que pegaba tan bien como el cemento, que se usó tiempo después.

Mediante una bodega que era de su propiedad, que estaba situada en lo que hoy es la calle Constitución, surtía a todas las salinas de esa inigualable cal, que se empleaba en la construcción de las instalaciones de los pozos de sal.

Cuando murió Don Juan López, Don Francisco Delgado, su antiguo calero, siguió el negocio de la cal.

La forma de explotación de las salinas ha sido siempre básicamente de esta manera:

Existen tierras bajas anegadizas por el mar conocidas como marismas o esteros, que tienen comunicación con el mar y alguna corriente fluvial. Durante el temporal de lluvias esas tierras se llenan de agua y al finalizar dicho temporal, la evaporación y la filtración hacen que esas extensiones se desequen, dejando en la superficie una capa salitrosa a la que se le denomina salitrera. Para obtener la sal, en forma rudimentaria y primitiva desde hace cientos de años, se sigue este procedimiento:

Se construye un gran montón de tierra al que se conoce como terrero. Por un lado del montón y apoyado en él, con armazón de madera, se forma lo que se llama el cedazo, que es un techo permeable como a 2.5 metros de altura sobre el nivel del suelo constituído por cuatro horcones formando cuadro y enmedio de ellos otros dos que sostienen una viga rolliza. Sobre de esta base se coloca un tapeixtle de carrizos. Después una capa de grama, encima una capa de carbón y por último una capa de arena, para constituir un filtro rústico. Se le figura un cajete con un bordo, dándole forma de pileta.

Bajo el cedazo, ocupando una superficie como de nueve o diez metros cuadrados, se hace un depósito al que se le nombra taza, de regular profundidad y cuyo fondo está a un nivel inferior al suelo.

Por un lado del terrero, se hace una excavación sin ademar a la que se le llama tajo, para obtener agua, de baja profundidad, ya que en los esteros el espejo del agua está a dos o tres metros bajo la superficie y se va figurando entre el tajo y el cedazo una especie de rampa, ya que por ahí se va a transitar en forma frecuente, dejándose por el otro lado del terrero también tendida la escalera para bajar a las salitreras.

Dentro de las salitreras, frente al pozo así formado, se construyen eras con arena y cal, que son cuadros como de diez o doce metros cuadrados de superficie, separados por pequeños bordos.

Ya una vez terminadas las instalaciones del pozo, se rasquetea el salitre que florea sobre de la tierra con un instrumento metálico, triangular, como de 70 cms. por lado, dotado de picos en forma de garfios, que se conoce como gata, que es tirado con una soga por una bestia con un balancín a la que se le va arreando. A esto se le llama en el lenguaje de los salineros “gatear”.

Ya removido el salitre en la forma indicada, con una pala se hacen pequeños montones. El salitre así reunido, se acarrea en chiquihuites para vaciarlo dentro del cedazo. En la antigüedad, al hacer esta maniobra, en forma simultánea, otro hombre acarreaba agua del tajo hasta el cedazo, que quedaba a un nivel superior, en botes. En la actualidad, en las salinas de Cuyutlán, que son las únicas en el estado que se siguen explotando, se usa una bomba de gasolina para subir el agua del tajo al cedazo, mediante una tubería.

Cuando ya se ha hecho la mezcla de salitre con agua, se filtra en el cedazo el líquido llamado salmuera, que se va depositando en la taza situada abajo del cedazo. Cuando se ha acumulado en la taza una cantidad de salmuera suficiente para cubrir las eras, se tiende en ellas transportándola en botes, para exponerla al sol en una capa de 4 o 5 cms. de espesor. Después de varios días de estar sometida al sol, por evaporación, la salmuera cristaliza, dejando en las eras una capa de blanquísima sal que se recoge y se lleva a un montón situado en la orilla de las eras en donde se va almacenando y endureciendo a golpes con el lomo de la pala para hacer más compacto el rimero. De los grandes montones es recogida y llevada a las trojes o bodegas al finalizar la temporada de producción. En la siguiente temporada, con pequeñas reparaciones del cedazo, la taza y el tajo y la reconstrucción de las eras que se destruyen durante el temporal de lluvias, se vuelven a utilizar las mismas instalaciones.

Los cooperativistas explotaron los pozos de El Real, Tecuanillo y El Tecuán y comenzaron a trabajarlos aproximadamente en 1930. Ellos fueron los últimos en aprovechar esta riqueza natural convertida en industria hasta su terminación en 1946.

Unos cuantos antiguos propietarios de pozos de sal siguieron trabajándolos cuando los cooperativistas eran ya la mayoría. Algunos de ellos fueron Don Pedro Gutiérrez, Rafael Venegas, Don Ignacio Parra y Don Pedro Virgen Arias.

En las salinas de Tecomán se acostumbraban los llamados “atierros”, que se llevaban a cabo en los meses de noviembre y diciembre, después de finalizado el temporal de lluvias y consistía en que el terrero se desbarataba y haciendo el acarreo en un “rodado”, que era una carreta de dos ruedas de fierro, tirada por una bestia, se desparramaba la tierra en las salitreras, para que en los meses siguientes floreara el salitre. Para comenzar la producción de sal, en el mes de febrero, se volvía a levantar el terrero.

En la época de los atierros, los salineros salían con rumbo a las salinas el lunes y volvían al pueblo el sábado.

En la temporada de producción de sal, construían enramadas cercanas a los pozos y se quedaban toda la temporada en las salinas desde febrero hasta junio y solamente venían a la población a abastecerse de provisiones. Sólo unos cuantos construían cajón de casa en previsión de que hubiera una lluvia.

Las eras se reconstruían cada año, pero sin levantar el tendido de cal y arena anterior. Cuando ya pasaban varias temporadas en que se hacía de este modo, se formaba una capa gruesa de cal que no permitía el calentamiento óptimo de la salmuera, por lo que era necesario levantar toda la era y hacerla de nuevo. A esa capa gruesa de cal y arena que se acumulaba, se le llamaba “xacaneixte " y se levantaba con coa, instrumento de labranza metálico con cabo largo de madera, similar a la tarécua.

La temporada de producción de sal se daba por terminada en los primeros días del mes de junio, ante la inminencia del temporal de lluvias.

Antiguamente, en las salinas de Tecomán, se acostumbraba hacer una celebración el día 13 de junio fecha en que tenía lugar el llamado "acomodo”, que era la terminación del transporte de la sal de los pozos a las trojes, dándole un significado semejante al “acabo” de las siembras de maíz.

Siendo un trabajo que se realiza a pleno sol y sin ninguna protección contra de éste, los salineros comenzaban sus labores a las 4 o 5 de la mañana, alumbrados con aparatos de petróleo, para estar lo menos posible expuestos a los rayos del sol y los terminaban de 10 a 11 de la mañana. En su forma tradicional, ha sido un trabajo sumamente pesado, ya que se hace empleando exclusivamente la fuerza muscular.

Ha sido costumbre de parte de los salineros festejar con auténtico regocijo el día 3 de mayo día de la Santa Cruz, realizando actos de una verdadera función religiosa, con peregrinación, cohetes, misa y jolgorio.

Llegando los primeros días de junio, se acarreaba la sal a las trojes o bodegas que había en el pueblo, para su almacenaje, protegiéndola contra el agua, mientras llegaba el momento de su comercialización.

Hubo trojes de sal en Tecomán, en los siguientes lugares:

En el interior de la casa de Don Luis Venegas que trabajaba salinas en El Real, lo que hoy es la finca marcada con el número 376 de la calle Medellín.

En la esquina sur-este del cruce de las calles 16 de Septiembre con Reforma, estaba la llamada casa de zinc. Era una construcci6n de paredes de madera y techo de lámina galvanizada.

Hubo otra en la calle Ocampo, en su acera sur, a medias de la cuadra entre las calles Independencia y Constitución, que fue propiedad de Don Pedro Gutiérrez.

También en la calle 18 de Julio, en su acera poniente, entre las calles Aldama y Pino Suárez, enmedio de las propiedades de Don Vicente Gil y Doña Matilde Paz.

En la época antigua, que se carecía de medios de transporte de motor, el traslado de la sal del lugar en que se producía a las trojes de la población, se hacía en costales y a lomo de bestias de carga. Los últimos 15 años de existencia de las salinas, el acarreo ya se hizo en vehículos de motor.

En las salinas de El Real, a principios del presente siglo, existió una troje de sal propiedad de Don Luis Venegas, padre de Don Rafael Venegas, construida en la parte más alta del médano. Posteriormente hubo otra que perteneció a Don Pedro Virgen Arias.

La sal producida, se embarcaba en furgones del ferrocarril por la Estación de Tecomán.

A las 7 de la mañana del miércoles 22 de Junio de 1932, ocurrió un maremoto que asoló las costas del Estado de Colima, desde Cuyutlán hasta Boca de Apiza, causando grandes destrozos y pérdida de vidas. En el litoral de Tecomán, donde más fuerza alcanzó y a mayor distancia se salió el mar, fue en El Tecuán y El Coco, ya que ahí casi no había mezquitera en el médano que opusiera resistencia a la violencia desencadenada del agua. En la mayor parte de la costa, el mar invadió un kilómetro de tierra firme, ocasionando destrucción de las salinas.

Cuando se registró esta catástrofe que causó muchas muertes en Cuyutlán, ya la temporada de salinas había concluido, pero todavía quedaba por acarrear sal de los pozos a las trojes, en algunos lugares.

A la hora en que ocurrió la salida del mar, se encontraban en las salinas de Lo de Vega, Don Guadalupe Trujillo y Don Manuel Ramírez, cargando un carro con costales de sal y cuando aquella ola gigantesca pasó por encima de las dunas, alcanzaron a subirse a lo más alto del terrero del pozo y allí se salvaron. Cuando la ola se dispersó y quedó el agua encharcada en las salitreras, ellos salieron nadando entre la mezquitera arrollada por la furia de aquel fenomenal tumbo. El vehículo quedó enterrado y cubierto por los mezquites arrancados por la descomunal ola y ellos llegaron a pie hasta la orilla del pueblo, semidesnudos, enlodados y arañados, a dar aviso de lo que había sucedido.

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Muchos pozos de sal quedaron inutilizados para siempre con ese fenómeno, pero la mayor parte fueron rehabilitados, quitando la gruesa capa de arena que el mar dejó, una vez que el temporal de lluvias de ese año hubo finalizado.

Como cosa curiosa y sorprendente de tiempos lejanos puede citarse la existencia en tierra firme, muy distante del mar, en el viejo camino de Tecomán a Cerro de Ortega, cerca del rancho Camichines, en un lugar conocido como Salinitas, de pozos de sal con terreros y salitreras, abundando en ellas la hierba conocida como vidrio, que crece en las salinas cercanas al mar.

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