Wiki José Salazar Cárdenas
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Al desaparecer Caxitlán, la mayor parte de peninsulares, criollos y mestizos que allí residían, formaron el poblado de Valenzuela. Tecomán seguía siendo un pueblo habitado en su mayoría por indígenas que conformaban el grupo étnico más representativo.

Cuando Valenzuela se desintegró como núcleo poblacional, entre 1880 y 1890, sus habitantes se trasladaron a Tecomán incrementando el mestizaje y la proporción de sangre de procedencia española en esta última población. Sin embargo, el número de autóctonos se conservaba elevado.

Dentro de esa numerosa comunidad de naturales, existían agrupamientos que no se integraban a la vida común, permaneciendo voluntariamente segregados, pero unidos entre sí.

En uno de esos grupos floreció a fines del siglo anterior y principios del actual, un indio que dio un luminoso parpadeo de gloria a su raza y que se vistió con el ropaje de los inmortales: la leyenda. Marcos Coparo fue su nombre. Iletrado, era un hombre vivaz, de rápida comprensión, de gran espíritu de servicio para con sus semejantes, que defendía las causas ajenas ante instancias superiores, siendo un intuitivo abogado de su estirpe. Llevó una vida sencilla pero fecunda, llena de bondad y amor al prójimo. Creció frente al rizado y azul Pacífico, en la arenosa solana de la llanura costera. Los ancianos contaban que en los tiempos en que el Lic. Enrique O. de la Madrid fue gobernador del estado, Marcos gozó de un gran ascendiente en su persona.

Como muchas de las causas defendidas por él pertenecientes a su grupo ameritaban su atención en la ciudad de Colima, hasta allá se trasladaba por ferrocarril, en bestia o a pie, según la urgencia y medios de que dispusiera, siendo por ese motivo muy popular entre los de su raza.

Su empleo habitual era jimar cocos en las huertas cercanas a los ríos, principalmente el Armería, pero como entretenimiento o pasatiempo, se ocupaba en compañía de su hermano, a tocar la chirimía y el tambor en las festividades religiosas anuales dedicadas a la Virgen de la Candelaria. También era solicitado en esa misma actividad para las fiestas taurinas de Villa de Alvarez.

Así como había muchos habitantes del poblado que lo veían con simpatía, existían otros resentidos en virtud de los fallos adversos que se dictaban en contra de ellos, por la intervención suya, que le guardaban rencor. Cuando la revolución villista, fue acusado por estos últimos ante el gobierno federal de ser revolucionario, ofreciendo como prueba el hecho de que poseía un tambor.

Una madrugada, poco antes de despuntar el alba, los soldados allanaron su morada y fue aprehendido junto con su hermano, siéndole recogido el tambor que colgaba en su habitación.

Sin dar tiempo a que sus familiares solicitaran la intervención de autoridades de alta jerarquía, fue escarnecido por la tropa y conducido con su hermano, en malvada acción, al paredón que forma el río un poco al norte de la estación del ferrocarril y allí fueron colgados en la rama de un salate.

Aquellos macabros péndulos humanos fueron descolgados por manos piadosas, después de permanecer varias horas ofreciendo ese trágico espectáculo. Al ser bajados y depositados en la orilla del camino, semejaban postes de un cercado de alambre que acabara de caer.

Fueron llevados a su casa y velados por un numeroso grupo de los de su sangre. Los tristes semblantes femeninos de cabezas enrebozadas y los adustos rostros masculinos de sencillos y compasivos indígenas, de cuyos labios brotaban los melancólicos responsos, acompañaban aquellos cuerpos inanimados iluminados por la mortecina y parpadeante luz de ocho cirios se cera. Pidieron como gracia unirse con ellos en el cielo por toda la eternidad. Con los brazos cruzados sobre el pecho, temblaban sus manos descarnadas. En la negrura que se extendía en torno de los cuerpos, sus ojos alucinados veían mil estampas humanas bailando como llamas.

Marcos sirvió a las razones y demandas de los hombres y mujeres del pueblo que lo seguían, y la lealtad y responsabilidad con que les correspondió, hicieron las fuentes principales de su valer moral. Su historia personal estuvo ligada a la de todos y allí estaban ellos manifestando una obligación de amistad contraída.

Causaron pesar y consternación en la población su triste desaparición y la forma injusta y precipitada con que fueron juzgados. La inseguridad de la vida humana era el signo de esos tiempos.

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